Santa María la Ribera, una joya escondida en el centro de la Ciudad de México

El estandarte de la media luna cae pesado mientras la cruz de plata se yergue al lado de la bandera de Santiago. La tibia sangre que poco tiempo antes corría dentro de las venas de valientes soldados de ambos bandos, ahora derramada durante pírrica batalla, se extiende parda, oxidada y viscosa sobre la tierra caliza del último reducto del reino nazarí de la provincia de Al-Andaluz. Tierra que más tarde dará sustento a las vides que en nombre del dios cristiano se plantarán, con lo que se cubrirán los horrores de la última batalla de una guerra de reconquista que duró poco menos de 800 años.

– Donde andas güey, vamos a tomarnos una “selfie”- me dijo Martín, rompiendo el pacheco cuadro que mi mente aventurera creó al penetrar en el Kiosko Morisco. Este monumento porfiriano es emblemático para la Santa María la Ribera, una de las colonias con más tradición en la ciudad de México la cual ha albergado tanto a las élites, así como más tarde a la flamante clase media surgida del industrialismo post revolucionario.

Después de varias fotografías me concentré en descubrir los detalles de tan singular construcción y quedé impactado por su belleza. Se encuentra en el centro de un parque y majestuoso ocupa un área de gran tamaño con su planta octagonal, desde donde una columnata perimetral eleva una de las estructuras más hermosas de la ciudad.

Foto Kiosko

Destaca una decoración exuberante que cubre incontables columnas y arcos policromados entre los que puede apreciarse el rojo ladrillo en combinación con un azul turquesa muy parecido al que adoramos en las cajitas de Tiffany – quién no se emociona al recibir una cajita de la neoyorquina joyería, aunque solo lleve un llavero adentro –.

Durante el recorrido de los amplios espacios que se abrían ante mí, me detuve a escuchar a un guía que parecía conocer muy bien la historia del lugar y se las contaba en forma apasionada a un grupo de rubios que seguro venían de algún país normando de lengua incomprensible. Por suerte, dicho personaje hablaba en un pésimo pero inteligible inglés que me permitió seguir la conversación. Gracias a él me enteré de que el kiosco curiosamente se fabricó a finales del siglo XIX con piezas desmontables para ser transportado fácilmente y fungir como el Pabellón de México en la Exposición Universal de 1884 en Nueva Orleans.

Al escuchar esto último, recordé que el pasado prehispánico no era difundido como parte de la cultura mexicana durante el porfiriato y se utilizaba cualquier otra referencia para representar a nuestro país en el extranjero. Aunque puede haber influencia por nuestra herencia hispana, el arte musulmán difícilmente es representativo de lo que hoy somos los mexicanos. No es de extrañarse que Porfirio Díaz al tratar de borrar su evidente genética indígena blanqueando su cara con polvo de arroz, disfrazaba también la herencia ancestral de los antiguos mexicanos con mansardas rematando edificios o, en este caso, un elegantísimo kiosco morisco.

Al final del recorrido nos dirigimos a una de las esquinas del parque en donde se encuentra una sombría casa neoclásica con un antiguo reloj rematando su portada. Dicha construcción alberga el Museo de Geología administrado y curado por el Instituto de Geología de la Universidad Nacional Autónoma de México.

-Pura pinche piedra hay aquí –comentó un desaliñado adolescente que salía decepcionado del lugar, lo que no nos desanimó para entrar y descubrir qué tipo de rocas encontraríamos dentro. Al final descubrimos que, además de una escalinata flotante de gran valor arquitectónico, “solo pura pinche piedra” hay adentro, pero si despiertas a tu sentido de curiosidad la experiencia puede ser muy entretenida.

Piedras ígneas nacidas de los profundos fuegos de las capas más profundas de la Tierra son expuestas para explicar los procesos de formación de los continentes; también piedras sedimentarias que durante milenios se forman y construyen el terreno que sostiene los paisajes más alucinantes que nuestro diverso plantea puede ofrecer.

Terminamos el recorrido alrededor de las 2:30 y obviamente el hambre comenzó a manifestarse por lo que apresuramos el paso durante la última parte del recorrido. Para terminar, admiramos fósiles de paquidermos gigantescos que antes de que el hombre fuera llamado como tal, caminaron por tierras que algún día serían consideradas como mexicanas.

La siguiente parada de la visita a esta antigua colonia fue María ciento38, restaurante de corte siciliano que nos sorprendido por sus deliciosas pastas, pizzas, su ambiente relajado, pero principalmente por su patio trasero que visualmente te saca de la ciudad de México y te transporta a algún mesón muy al sur de Italia.

– Vino, vino, vino… – exigían sin cesar las voces que habitan en mi cabeza, las cuales cuando se ponen de acuerdo generalmente hacen la misma petición. Por el calor y el ambiente tan agradable estuve de acuerdo con ellas y procedí a revisar la carta de vinos. Me incliné por un rosado extremadamente fresco por una marcada acidez y notas muy agradables en boca por la frutalidad que la temperamental uva siciliana por excelencia, franca manifiesta en los caldos que se producen en Sicilia. La cepa es Nero d’Avola y la etiqueta Capovero de la bodega Cantine Madaudo.

Las pizzas hicieron las delicias de la tarde ya que la masa es en verdad rústica, crocante y delgada. La margherita, siendo una de las más sencillas, en María coiento38 se manifiesta como una de las mejores que he comido. Otra pizza que no te puedes perder si visitas este rinconcito escondido es la de mortadela con pistaccio, que con su combinación de sabores explota en el paladar.

Aunque había poco espacio en los estómagos de los comensales que compartimos la mesa, no podíamos irnos sin probar los postres y degustamos, entre otros, un delicioso pana cotta, tiramisú y cannoli de chocolate relleno de ricota, uno de los postres más característicos de Sicilia.

En este lugar fabuloso terminó el paseo por la colonia Santa María la Ribera que tiene otros lugares por descubrir por lo que firmemente creo que pronto volveré para experimentar nuevas aventuras.

– ¿Y tú Ya conoces Santa María la Ribera? Pues deberías.