No sé cuándo sucedió, pero sé que fue de un día a otro que las personas en todas partes a donde voy me empezaron a llamar señor.
– ¡Pase usted señor! – me dicen.
– ¿Me regala un cigarro? – me solicitan.
– ¿Le ayudo señor? ¿No se lastimó al caer de la bici? – me asisten, y yo en friega me levanto sacudiéndome la tierra.
– Estoy perfectamente bien, me podría caer cinco veces más y no me pasaría nada, respondo indignado, adolorido me subo a la bicicleta y desaparezco lo más pronto posible.
La cuestión es que a mis cuarenta y cinco años yo no me había sentido como un señor, lo cual podría ser una perversa distorsión de mi mente como un mecanismo de defensa ante la inevitable verdad: el imparable paso del tiempo.
En este punto es cuando comencé a analizar la posibilidad de que tal vez ya no soy el jovencito de ojos inocentes y piel de alabastro. Aquel mancebo que corría por la pradera (ni que fuera Heidi), pudo haber dado paso a lo que hoy soy: todo un señor.
¡Bájale a tu salsa! – podrán ustedes decir con justa razón-.
Pero esta reflexión me ha llevado a entender el significado del nuevo estatus al que poco a poco me voy haciendo a la idea. Gracias a los años y a las experiencias vividas a lo largo de mi existencia, hoy disfruto mucho más la vida y lo que me ofrece a cada momento. Por ejemplo, cuando era un veinteañero tenía pocas exigencias en lo que a la comida y bebida se refiere.
Una “patona” (botella de dos litros) de Bacardí y unos Sabritones (harina de maíz hipercalórica, frita y altamente condimentada), eran lo único necesario para ambientar la fiesta, pero con los años uno aprende a beber mejor. Es común pasar del “bacacho” al vodka, después a la ginebra, más tarde al tequila y ahora en forma más exquisita al recientemente valorado mezcal. Lo que pasa aquí, es que comenzamos a apreciar los aromas y sabores de las bebidas y, gracias al fortalecimiento de la memoria gustativa, uno se vuelve más exigente.
La edad y una visión más hedonista van formando lo que somos, lo que genera que las inseguridades, baja autoestima y limitada experiencia se vayan desdibujando, dando paso a un adulto que va eligiendo lo que más le conviene o lo que más le gusta.
Hoy, lo que más disfruto de la vida es compartir con mi pareja, amigos y familia de una buena comida con larga sobremesa, acompañados de vinos que sorprendan al paladar. Pongo mucha más atención a lo que como y me deleito con platillos que van desde los tacos de la esquina hasta el más fino restaurante, aunque sirva porciones diminutas.
A partir de este momento lo acepto: soy un señor, y lo afronto con todas las desventajas, las menos, y las ventajas, las más. Hoy me autodenomino un señor sibarita que se enfoca en sacarle el mayor jugo a la vida.
Señor; es cuando llegas a la madures de tu vida y realmente le das valor a lo que está alrededor de tu vida porque tiene trascendencia . En hora buena SEÑOR.
Me gustaMe gusta